expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>

lunes, 21 de octubre de 2013

Y de repente el telón se cerró, las luces se apagaron y mi corazón pedía a gritos un respiro. Todo estaba sucediendo con demasiada rapidez. No había tiempo para más. Me sentía acorralada en mis propios sentimientos. Me sentía ahogada entre mis palabras. Incapaz de encontrar un remedio. Dolía. Dolía tanto que no era capaz de pronunciarme. 
Y estaba apunto de renunciar a todo y a todos cuando alguien apoyó su mano en mi hombro.  Me miró a los ojos como nunca antes nadie había hecho, secó mis torpes lágrimas y me susurró: "Tienes que renunciar a renunciar". Y sin saber porque algo dentro de mi hizo "click". Esa frase era la clave. Y yo la había sabido encajar. Todas mis ilusiones frustradas pasaron a ser deseos insaciables, mis ideas se convirtieron en posibilidades, mis sueños dormidos se despertaron, y todas mis metas se transformaron en una rutina más apetecible. 
Mientras mi corazón se tomaba un merecido descanso, mi cabeza no entendía de siestas y empezó a planificar un viaje para mi corazón, para ella, y para mi. Un viaje sin billete de vuelta, una válvula de escape que nos ayudase a cargar motores. A resurgir de entre nuestras propias lágrimas.
 Porque en ese mismo día se enfrentaron mis sentimientos, la renuncia a todo y tener el alma libre. Finalmente, supe como sobrellevar ambos, y aprendí que la única renuncia que debía hacer ese día era renunciar a renunciar y así conseguir tener el alma libre. Porque la mayor victoria para un ser humano es conseguir la libertad después de ser un esclavo de su propia vida.

No hay comentarios: