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viernes, 18 de octubre de 2013

No debiera despertar del letargo que había adormecido todo mi cuerpo. Mi maquinaria se encontraba con unos índices muy bajos de combustible, precisaba de fuerzas que tirasen de ella. Pero no tenía esas fuerzas, quizá ni quería poseerlas. Ya no permanecían los residuos de lo que algún día fueron problemas sin solución, debido a que ya no sentía nada. El peor mal del ser humano, sentirse inútil e impasible ante la atmósfera de desafíos que hay ahí fuera. Yo ya ni padecía dolor ni nadaba en satisfacción, era imperturbable. No tenía los ánimos suficientes como para volver al campo de batalla a enfrentarme a un destino que no dependía de mí.

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