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sábado, 18 de enero de 2014


Llevo meses y meses acumulados en los que cada vez que ciertos planteos aparecen en mi mente, tengo que obligarme a borrarlos al son de mi propio "no pienses en eso, no pienses en eso".
No puedo dar vuelta la sociedad, ni los estúpidos estándares sociales, ni las costumbres de la gente, ni nada de eso. Y cada vez que pienso en esto, la ira me llena las venas como una sensación que arde hasta el punto de que no se puede ignorar. Más de una vez mi visión se ha vuelto negra y he comenzado a temblar debido a la furia que esto me causa. Pequeño detalle... esto último no es metafórico, es completamente literal. Sí.
Y si no puedo luchar contra ello, no puedo cambiarlo, ni puedo hacer nada al respecto, incluso mi ira, por monstruosa y enfermiza que sea, es inútil. Es impotente. Yo lo soy.
Es por ello que debo obligarme a pensar en otra cosa, y a intentar forzar mi modo de ver el mundo para que se adecue a lo que la mayor parte de la sociedad considera correcto. Porque mis planteos no son de esos típicos de "estoy en contra del capitalismo y de la riqueza mal distribuida" o esas cosas que muchos creen muy originales -y que, si bien no lo son, sí son sensatas-.
No. Lo que pasa por mi mente es algo que prácticamente nadie más puede ver. Está tan instalado en las mentes de todos como algo natural -y desde el mismísimo instante de sus nacimientos- que tratar de mostrárselos es como intentar hacer que un humano que nació ciego imagine los colores. Es en vano.
Y me quita el sueño. Despierta la ira. Una vez más, me da ganas de haber nacido en otro universo paralelo y no en esta mierda que me rodea. Pero, claro, eso tampoco lo puedo arreglar.
Ah, es la impotencia otra vez.
Tener que obligarme a cambiar mi modo de pensar y de ver las cosas, para evitar sufrir la tormenta de fuego que es mi ira, es lamentable.

¿Y si estás sola? ¿Y si ya no te quedas ni tú misma?Nadie me entendería si despegase mis labios para explicarme. Todos sellarían sus bocas en vez de intentar comprender. Y quizás, mejor así. Si finges para los demás que los problemas no existen, puede que acabes creyéndotelo.
Desaparecieron todos en cuanto les salpicó la sangre de mis heridas. De puertas adentro se respiraba caos en vez de oxígeno. Se enfadaban, gritaban, y las paredes no parecían poder soportar ni un chillido más. ¿Yo? Sonreía, porque mi mente estaba en el pasado, en lo bonito que nadie sabe si volverá, en la paz, en la calma de un lugar que jamás se reconstruirá. 
Las grietas empiezan a ser demasiado grandes.