
Desaparecieron todos en cuanto les salpicó la sangre de mis heridas. De puertas adentro se respiraba caos en vez de oxígeno. Se enfadaban, gritaban, y las paredes no parecían poder soportar ni un chillido más. ¿Yo? Sonreía, porque mi mente estaba en el pasado, en lo bonito que nadie sabe si volverá, en la paz, en la calma de un lugar que jamás se reconstruirá.
Las grietas empiezan a ser demasiado grandes.
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